martes, 21 de septiembre de 2010

- Ríndete... no hay nada más que puedas hacer...

En medio de vueltas y gemidos en su cama, David, despertó agitado otra vez, mojado de pies a cabeza, con la piel blanca, casi traslucida, y con unos ojos que examinaban toda la habitación tan mal iluminada.
"Uff... fue solo otra pesadilla...", pensó. Pero cuando estiró sus brazos para desperezarse se dio cuenta que se equivocaba, ya que aún conservaba las marcas de quemaduras en sus muñecas.


Como todos los días, David se levantó temprano para ir al colegio. Se estiró y lucho por ocupar el baño primero. Todas las mañanas ocurría lo mismo, él con su hermano menor, disputaban el uso del baño y el asiento del comedor. Esa mañana comenzó como cualquier otra, solo que en la ducha de todas las mañanas, algo fuera de lo común sucedió.

Sin previo aviso, mientras David se duchaba, la puerta se abrió lentamente.

- ¿Quién anda ahí? - preguntó, pero sin recibir respuesta - ¿Mati, eres tú?

Todo lo que recibió por respuesta, fueron tan solo un par de pasos, lentos y pesados, que se aproximaban lentamente, como si aquel recorrido fuera largo y cansador. Cuando la curiosidad, la rabia y el miedo empezaron a hacerse presente en su pecho, los pasos sesaron, dejando a nuestro espía en frente de la cortina del baño.

- Mati, si eres tú te vas a tener que esperar no más... no pienso salir todavía - mientras se enjuagaba el pelo, el miedo lo empezó a invadir mas rápido, y al no escuchar ruido dijo mientras corría la cortina: - ¿quieres contestar... de una vez?

Pero el Mati no estaba ahí. A pesar de que la puerta estaba abierta de par en par, en el cuarto de baño no había nadie... solo él, con su respiración, y el agua que caía de la ducha se hacían presentes.

Se dio vuelta. Movió la cabeza para expulsar el miedo. Pero en cuanto cerro la ducha se escuchó:

- Yo no soy el Mati.

martes, 7 de septiembre de 2010



La canción.
“Camina lento por ahí

sin verlo ya está aquí

no te inquietes no llores más

que en la casa no va a entrar.

Duerme mientras él se va

no te olvides de olvidar…”

Desde pequeña mis hermanos me asustaban con la historia de un hombre que recorría las casas, por las noches, en búsqueda de su próxima acompañante. A este hombre nada lo detenía, ni puertas ni ventanas, sin importar lo aseguradas que estuvieran. Cada vez que se escuchaba algún ruido, durante la noche, mis hermanos cantaban a coro la misma canción.

Odiaba esa canción. Cada vez que la escuchaba, lo cual sucedía cada noche, salía corriendo a los brazos de mi mami. Recuerdo, que lloraba sin tregua en su regazo, mientras ella los regañaba a viva voz, haciéndoles prometer que no lo volverían a hacer. Pero los esfuerzos de mi madre nunca dieron fruto, ya que todas las noches se repetía la misma secuencia: mi padre llegaba exhausto del trabajo, me recibía con un gran abrazo y siempre me decía que mi sonrisa le traía paz; mi madre, entre retos cariñosos, me mandaba a costar junto con mis hermanos. Corria a mi pieza, me colocaba pijama, decía mis oraciones y cuando iba a despedirme de ellos, mis hermanos, me interceptaban para molestarme.

Fue una noche muy oscura, cuando mi padre puso un alto definitivo a la famosa “cancioncita”. Esa fue la noche más tranquila e inolvidable de mi vida. Por fin, en muchos años, pude dormir tranquila, sin miedo a los ruidos del campo, sin miedo al crujir de una puerta, sin temor a los pasos, cálidos y livianos, que recorrían la cocina, el comedor, y que se abrían paso hasta las habitaciones de mis padres y hermanos, que lleno el aire de gritos, gritos que fueron seguidos por los golpes de muebles.

Cuando estos pasos llegaron a mi puerta, no tuve miedo, seguí tapada y recostada en mi cama, sin mirar todo ende redor. Estaba demasiado tranquila, como asumiendo de que los llantos y gritos de sufrimiento jamás hubieran sucedido. Fue entonces, cuando se abrió la puerta suavemente, crujiendo tanto las maderas como las bizarras oxidadas. En medio de la lúgubre noche, entro en mi cuarto, un hombre de vestimenta sencilla y gastada, que en su mano derecha llevaba un hacha. Se aproximo lentamente y se sentó a los pies de mi cama sin hacer ruido alguno. Me observo por unos instantes y dijo:

-¿no vas a gritas ni a ponerte a llorar?

Le respondí que “no”, con un suave movimiento de cabeza.

- ¿no vas a llamar a nadie? – preguntó, todavía con una sonrisa en los labios.
- No – dije, sin darme cuenta de lo que hacía.
- Mm… me alegro, porque ninguno de ellos nos va a venir a interrumpir.


En ese momento se me congeló todo el cuerpo. No podía moverme ni articular ninguna palabra, mientras que el misterioso visitante se acercaba, dejando que por el aire viajara el miedo y la desesperación. Quería gritar, correr y decir mil cosas con tal de detenerlo, que no siguiera avanzando. Ya solo estaba a tres pasos de mí. Cerre los ojos, aun que rogue por que solo fuera un sueño, aun podía escuchar su respiración a mi lado. Sentí que trataba de tocarme. Una lagrima rodo por mi mejilla y…

No recuerdo con claridad que fue lo que paso con el visitante del hacha, solo sé que desperté cubierta, de pies a cabeza, de una sustancia roja, que se esparcía también por mi cama y por el suelo. También recuerdo, que en mis manos , aun sostenía fuertemente, un hacha cubierta de lo mismo. Fue entonces cuando por fin rememoré la última parte de la canción:

“… que si volteas hacia mi

todo rojo acabará

porque en tu pecho

un hacha encontrarás”.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La estrella azul.


La estrella azul.

Un día normal, uno como cualquier otro, mi hijo volvió a correr a mis brazos con una sonrisa en sus labios. No bien entramos al auto empezamos la conversación de siempre:
- ¿Cómo te fue hoy? ¿Te portaste bien?
- Si, papi. Me porte muy bien. ¡Mira! – mientras me indicaba el dorso de su mano derecha – me la dieron porque me porte bien.
- Te felicito. Esta muy bonita. Es una hermosa estrella de color azul. Pero bueno, dime ¿Qué aprendiste hoy?
- Hoy la Tía Javiera me enseño a buscar respuestas.
- ¿A buscar respuestas? ¿Cómo es eso?
- Es fácil, papi. Cuando se mira algo mucho tiempo puedes encontrar muchas cosas – se giró hacia mí y me dedico una gran sonrisa, mientras levantaba su mano derecha – como esta estrella, cuando buscas respuestas en ella, ves más que el azul, ves la felicidad.
- ¿En serio? – me miro con ojos extraños, pero como desde hace un tiempo que él decía esta clase de cosas, decidí seguirle el juego – claro que sí. Ahora lo veo. Veo la felicidad.
Por un momento… por solo una fracción de segundo… creí ver algo, pero no hice caso y seguí manejando hasta llegar a casa. Una vez dentro de esta, corrió por el pasillo hacia el baño para lavarse las manos. Ese día almorzaríamos tallarines. Es lo único decente que se cocinar. Mientras comíamos, en su pequeño rostro seguía brillante esa sonrisa, que hace tiempo que no veía.
- ¿Por qué sonríes? – le pregunté.
- Porque estoy muy feliz – me sonrió aun más, como si eso fuera posible, y continuo comiendo.
- Pero, ¿por qué estás feliz? - volví a insistir.
- Porque hoy encontré lo que andaba buscando.
- En serio. ¿Y qué estabas buscando?
- Ah. Eso no te lo puedo decir porque es tu regalo de cumpleaños.
Se rió y continúo almorzando sus tallarines. Como era todavía tan solo un niño lo dejé hasta ahí, sin alojar este hecho en mi memoria.
Dos días después, la noche de mi cumpleaños, luego de haber cenado con mi familia y amigos, fui abriendo sus regalos uno a uno. Mis padres me regalaron un reloj nuevo, Juan me obsequio un perfume, y así sucesivamente fui abriendo y agradeciendo cada uno de ellos. Cuando creía que los había visto todos, mi pequeño hijo apareció corriendo:
- ¡Espera! ¡Espera! Todavía falta el mío – corría hacia mí con una violeta en sus manos - tienes que ver el mío.
Cuando llegó a mi lado y me entregó la flor, dijo:
- Toma, es la respuesta a tu búsqueda.
Sin entender una palabra, me quede mirando perdidamente la flor que tanto dolor me traía. Al ver que no entendía lo que me quería transmitir, frunció el seño e indicó:
- ¡no! ¡no! ¡no! Así no se hace. Tienes que olerla mientras cierras tus ojos. Hazlo y dime que es lo que ves.
Sin pensarlo demasiado lo hice.
- ¿Qué viste? – me preguntó.
- A tu madre.
- ¡Sí! ¡Muy bien! ¡Feliz Cumpleaños! Sé que lo que más querías, aparte de un libro nuevo, era volver a ver mamá. Con esto podrás verla cuantas veces quieras.
Las lágrimas cayeron por mis ojos, lo abracé fuerte, le besé ambas mejillas y le dije:
- Muchas gracias. Es justo lo que buscaba.


A pesar que muchos piensen que solo dije eso porque amo a mi hijo, debo decirles que se equivocan. Jamás pensé que él se daría cuenta, que desde que falleció Laura, lo único que hacía era buscar una manera para poder verla otra vez. No hubo un día que no lo hiciera.
Hasta el día de hoy conservo conmigo esa violeta, que me deja ver a mi mujer todas las veces que quiera.