domingo, 24 de abril de 2011

La curiosidad de un gato.



Estoy aquí, como cada noche, sentado en el techo de la casa número 73 de la calle Grimmpold, mirando la ventana de la casa lado, como siempre, observando fijamente la habitación del 2.º piso, la que no tiene cortinas.

Siempre veía lo mismo. Un cuarto oscuro, sólo iluminado por la luz de la luna, que entraba por la ventana sin cortina. En las paredes había manchas deformes, irregulares, que cubrían parte de la pared visible y del clóset.

Siempre esperaba, inconscientemente, que él entrará otra vez en aquella pieza. Nunca sabía cuándo él iba a subir. Cada cierto tiempo, como alrededor de cada una o dos noches, el irrumpía en la habitación. Era un hombre alto, rechoncho, casi completamente calvo y de andar pesado.

La primera vez que lo vi, fue noche muy parecida a esta hace ya mucho tiempo, sólo que esa vez él no subió con las manos vacías. Aquella ocasión traía en sus manos un bulto grande, largo, delgado y que parecía no poder sostenerse. Sus ropas, tanto como las de él como las del bulto, estaban sucias, con lo mismo de las paredes. Lo arrastró con dificultad y lo tiró en medio de la habitación, luego lo cubrió con un trozo de tela grande y muy nervioso se fue.

Desde esa ocasión, nunca más lo he visto subir con la misma ropa o con algo en las manos. Cada cierto tiempo, veo que durante la tarde viene un coche, siempre el mismo y dentro, siempre vienen unos hombres vestidos de manera parecida, aunque no sé si siempre son los mismos. El sale de la casa a recibirlos, siempre sudando, los hace pasar con un gesto nervioso como si quisiera esconderse en vez de verlos. Después de un rato, se van, cabizbajos.

Una fresca tarde de otoño, él subió para mover el bulto y limpiar el cuarto. No pudo hacer demasiado, puesto que, sin aviso al parecer, llegó el mismo auto de siempre. Al sentir el ruido de los neumáticos y del timbre, él corrió escaleras abajo para recibirlos. Fue en ese momento cuando me di cuenta, que la ventana estaba, por primera vez, abierta.

En medio de dudas y curiosidad, decidí sin mucho apuro que debía entrar en la habitación. Así que me levanté, me estiré y salté a la pandereta, y luego al techo y al umbral de la ventana sin cortina. El olor de la habitación era pesado, lo que daba a notar que realmente no habían abierto esa habitación en semanas. Entre cerré los ojos e ingresé en el cuarto.

Lo que encontré en él no fue gran cosa. Era un cuarto mediano, con un escritorio en la misma pared de la ventana, una puerta y un clóset en la contraria. En el techo solo colgaba una ampolleta, que amenazaba con caer, y el piso, seguía sucio al igual que las paredes. La puerta estaba entre abierta, por lo que se podía escuchar levemente lo que sucedía en el piso de abajo. Empece, con mi calma de siempre, a mirar cada centímetro de la habitación, como tratando de saciar mi curiosidad. Fue en medio de esa concentración que vislumbre algo que se asomaba por la puerta del clóset.

Me acerque ruidosamente, sin importarme lo que el dueño de la casa pensará. Olí lo que parecía o alguna vez había sido una mano humana. Estaba blanca, blanda y maloliente. Sin dudarlo tire de ella. Al cabo de unos segundos me di cuenta de que no debía haberlo hecho, puesto que el bulto cayó con fuerza provocando un gran estruendo. En medio de la sorpresa, sin querer, solté un grito.

Lo que paso después fue todo demasiado rápido. Sentí fuertes pasos presurosos, que subían. De un solo golpe se abrió la puerta y él entro sudando y enojado. No entendí el por qué de su actitud, solo sé que parecía un loco mientras me gritaba:

- ¡¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? VETÉ, AHORA MISMO, LARGO DE AQUÍ! – yo, lo seguí mirando, inmóvil, sentado en el suelo.

- ¡¿ASÍ QUE NO PIENSAS MOVERTE?! – empezó a reírse y a retroceder – vamos a ver si después de esto todavía te quieres quedar.

Todavía no entiendo de donde la sacó, pero me apresure en correr. Él, a pesar de ser gordo, se movía bastante rápido, al tratar de pegarme con una escoba mientras gritaba:

- ¡LARGATE DE AQUÍ, GATO ESTU PIDO! ¡LARGATE, TE HE DICHO!

En medio de gritos y escobazos, se podía escuchar un leve sonido proveniente de la escalera. Quizás, él no pudo oírlos por su insistencia en tratar de matarme, pero aquellos hombres a los que había recibido estaban entrando en el cuarto, sin hacer el más mínimo ruido y colocando atención a la escena. Por un instante creí que se le iban a unir e intentarían pegarme también, pero estos se fueron inmediatamente contra él y lo amarraron. Mientras me escondía debajo del escritorio, para evitar más golpes, oí que decían:

- Señor Panntest, queda usted detenido por los siguientes cargos: el homicidio de su esposa y ocultar información a la policía.

Luego de un tiempo, se lo llevaron escaleras abajo, junto con otros hombres que vestían de manera parecida a ellos. Vi como se llevaban el bulto en una bolsa negra, mientras sacaban muchas fotos a la habitación. Como ya no había nada que pudiera saciar mi curiosidad decidí irme. Salte de nuevo al tejado vecino al de la habitación, tome mi lugar de siempre, me estire y espere con ansias que sucediera algo interesante.

A la mañana siguiente, aburrido de la habitual rutina, vi como la gente al pasar quedaba mirando a la casa del cuarto sin cortinas. No podía, y no puedo hasta el día de hoy, entender cómo se quedaban mirando como bobos la casa, como si pudieran ver a través de las paredes, aunque quizás pudieran… no lo sé, en realidad eso no me importa. A veces, las escuchaba murmurar, que el hombre, que alguna vez había sido su querido y amable vecino, ahora estaba preso por asesinar a su mujer y haberla escondido en un cuarto de la casa envuelta en cortinas.