lunes, 13 de febrero de 2012

Lo último que se pierde.


Una niña está sentada frente a una hoja en blanco, escribe que escribe, pero a pesar de que parece que empezó hace mucho, daba la impresión de que jamás acabaría. Muchos se acercan y miran por unos instantes. Quedan absortos al ver la rapidez con que se mueve el lápiz sobre el papel. Sus ojos, llenos de curiosidad, siguen el vaivén de las palabas, pero nadie se atreve a preguntar por qué escribe.

Un día, un adulto le preguntó: “¿Por qué escribes una y otra vez lo mismo?”. La niña sin desviar la mirada ni levantar el lápiz, le contestó:”Porque quiero cambiar el mundo”. El caballero se quedo mudo, sin saber cuál sería la mejor manera de proceder. Espero unos segundos, quieto como una estatua, y finalmente, se fue.

Al cabo de un rato apareció un joven. La quedo mirando absorto, como todos los demás, luego de unos segundos, fue lentamente a su lado y le preguntó: “¿Por qué escribes todo el rato lo mismo?”. La niña, otra vez, sin inmutarse le contestó: “Porque quiero cambiar el mundo”. El joven, desconcertado, se encogió de hombros y siguió su camino.

Al final del día, pasó jugando con una pelota un niño de gorra azul. La miró, con la pelota en sus manos, se acercó y le preguntó: “¿Quieres jugar?”. La niña, sin impresionarse le contestó: “No puedo, estoy ocupada”. Acto seguido, el niño le hizo la pregunta obvia: “¿Qué hace?”. “Trato de cambiar el mundo”, dijo la niña, sin mirarlo.

El niño pensó un poco, y luego le preguntó: “¿Puedo ayudarte?”. Por primera vez, la niña se detuvo, soltó el lápiz, pensó unos instantes, se volvió hacia él y le contestó: “Bueno…, si tu quieres”. El niño de la gorra azul, con una sonrisa en sus labios agito rápidamente la cabeza indicando un “sí”. La niña se movió hacia un lado, para hacerle espacio, le pasó una hoja y un lápiz, y ambos empezaron a escribir rápidamente. Al cabo de unos segundos, la niña lo miro de reojo, y sonrió.

En los días siguientes, las personas que pasaban por ahí se quedaban pasmadas mirando como dos niños escribían sin parar, y cada vez que alguien se acercaba y les preguntaba por qué escribían, ambos le contestaban con una sonrisa que “trataban de cambiar el mundo”.

El final de la historia no se conoce aún, puesto que hasta el día de hoy, hay algunos que preguntan y se van, pero hay otros que preguntan y se quedan.