martes, 22 de diciembre de 2015

Despertar

Mi historia comienza hoy, justo ahora. ¿Qué cómo lo sé? Instinto.

Sabía que hoy sería raro, pero no tanto. Cuando me levanté aunque más lejano. Desayuné como siempre. Tomé un bus que se llenó en el siguiente paradero, como siempre. Cuando llegué a la U, todo se veía apagado, gris, estaba nublado, así que pensé era lógico. Entré en el edificio donde tenía clases, todos estaban afuera, esperando a que abrieran la puerta. Se demoraron como diez minutos en solucionar el asunto, pero cuando abrieron lo gritos no se hicieron esperar. El primero fue largo, al que le siguieron unos parecidos. Asustados. Así estábamos, paralizados por lo macabro. Hasta que una chica, de cabello castaño y pinta autoritaria, se abrió paso entre la multitud. Iba decidida, pero en cuanto proceso lo que sus ojos contemplaban un grito desgarrador cruzo el aire. Todo se movió en cámara lenta. Sus gritos. Sus pasos. Su desesperación por bajar el cuerpo desnudo clavado a la pared. Los guardias que fueron a detenerla. Todo y la masa de gente permaneció quieto, como maniquíes en un escaparate. Igual de blancos y vivos. Si bien nos sacaron a la fuerza, alcanzamos a ver como la chica era jalada para que soltara el cuerpo. Cada parte logró su cometido. Los guardias alejaron al achica de cuerpo, y ella se quedó con la cabeza del joven entre sus brazos. Después de tanto esfuerzo siguió aferrada a él.
Las noticias volaron como la peste. Todos sabían lo que había pasado. Había fotos del cuerpo clavado de cabeza, imágenes de la joven abrazando los restos del joven, la entrada de los guardias, e incluso un video que lo unía todo. Me sentía extraño. Ver su sufrimiento no me repercutía en lo más mínimo, pero en cuanto las burlas se hicieron presentes supe que debía hacer algo. Supe que era hora de unirme al juego.

El mensaje que había escrito en el pizarrón junto con el cuerpo no eran más que símbolos para algunos, aunque a mis ojos era una invitación. Únetenos. Ellos me pedían que continuara lo que empezaron. Lo sabía. Lo sentía en mis huesos. Lo pensé un segundo, y me vi haciendo lo que hice. Me vi cortando los miembros de ese idiota, drenando parte de su sangre. Me vi burlándome, yo ahora, de su sufrimiento, de su miedo, de sus gritos. Me vi disfrutándolo. Cuando abrieron la puerta al día siguiente, hubo más gritos. Hubo más sufrimiento y más burlas. Desde ese día cada vez que veo como se abre una puerta, le siguen gritos.